La bendición de servir a otro

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A la pregunta ¿a quién sirves?; muchos responderían, sirvo al Señor; otros, sirvo en la iglesia; pocos, sirvo a la gente. Si hacemos la misma pregunta a Josué, él nos respondería: yo fui servidor de Moisés. Eliseo nos diría: yo serví a Elías. Timoteo nos contaría: he servido a Pablo desde mis 17 años. (Js 1:1 1R 19:21 Fil 2:22). En suma, cada uno afirmaría haber “servido a otro”.

Parece que nuestra generación huye del privilegio de “servir a otro”, amparándose en su dizque llamado divino de “servir a otros”. Como que tenemos alergia a la frase “servir a otro”. Esta alergia se debe a que en la iglesia mucho se ha predicado y enseñado y desarrollado el concepto de “servir a otros”, y poco el de “servir a otro”. Con el deseo de acuñar en el corazón del cristiano su “llamado a servir”, también han popularizado el lema: ¡yo sirvo a Dios, y no al hombre!.

A los que nos encanta descubrir características de gente de éxito, aquí tenemos una más: Josúe, Eliseo y Timoteo, tuvieron una relación de servicio no subjetivo con sus entrenadores (digo “no subjetivo”, primero, porque el servicio que ellos prestaron no se
limitó a un manual de funciones, horario de trabajo y pactos sindicales; segundo, porque, aunque sirvieron al pueblo, cada uno de ellos sirvieron a una persona específica).

Pero, ¿qué es “servir a otro”? Es invertir tus habilidades naturales y sobrenaturales en otro, a fin de que éste sea más eficiente y eficaz. Eso fue lo que hicieron Josué con Moisés, Eliseo con Elías, y Timoteo con Pablo. (En este artículo no hablaré sobre “servir a otros”).

El servicio que ellos prestaron no se asemeja cualtitivamente al servicio que hoy muchos dicen cumplir. ¿Acaso Josué servía a Moisés sólo 8 horas diarias? ¿Creen que Timoteo sólo tipeaba las cartas de Pablo, hacía algunos mandados, y nada más? ¿Se imaginan a Eliseo haciendo sólo las cosas administrativos del ministerio de Elías?… ¡Verdad que no?

Saben, tenemos que reconceptualizar la palabra servicio, a la luz de la Palabra escrita de Dios. Porque el concepto que da el diccionario es demasiado pobre. La opinión que los gurúes de la mercadotecnia están despilfarrando ni siquiera llega al talón del concepto bíblico. Si quieres ampliar el concepto que he dado líneas arriba, mira cómo Josué y Timoteo sirvieron a sus respectivos líderes. Observa el servicio administrativo y personal que prestaron. Luego; actualízalos para ti, preguntándote: ¿a qué equivaldría eso hoy? Y no te asustes si llegas a las siguientes conclusiones: personales, lustrar sus zapatos, cargar su maletín, planchar sus trajes, etc., etc.; administrativas, ser su asistente directo, para todo y en todo.

Bueno; ya comenté acerca del concepto. Ahora, hablemos de los principios. El Apóstol Pablo nos ha dejado dos principios que deben guiar nuestro servicio a otro:
a. Sírvele como si a Cristo le estarías sirviendo. Col 3:23-24
b. Sírvele como si Cristo mismo le estaría sirviendo. Col 3:17

Hay muchísima gente que se autodenominan “siervos de Dios”, pero no “sirven a otros”, menos “sirven a otro”. Es posible que piensen y actúen así, porque han asimilado del medio el concepto de que un siervo de Dios es aquel que ora, ayuna y lee la Biblia, y nada más.

Cuando tú “sirves a otro”es como si a nuestro mismo Señor le estaría sirviendo. Por eso, en tu servicio a otro, hazlo con la calidad y excelencia con la que el Señor lo haría.

El “servir a otro” trae resultados consigo:
a. Uno llegará a ser la multiplicación de quien ha servido.
b. Uno llegará a cosechar sus propios servidores.
c. Uno llegará a ser más que aquel a quien ha servido.

Nota, tanto Josué, Eliseo y Timoteo, llegaron a tener ministerios muy similares a la de sus entrenadores. El lío que hoy muchos están enfrentando es que desean tener un ministerio similar al de otro, pero sin una previa relación de servicio. No se han dado cuenta que si quieren ser sabios, deberán andar con sabios. ¡Y no hay mejor manera de andar con sabios, sino bajo una relación de servicio!

En el reino de Dios funciona a la perfección el principio de siembra y cosecha. De modo que, si tú sirves a otro, cuando tengas tu propio ministerio, otros te servirán a ti. El lío que hoy muchos enfrentan es que quieren cosechar servidores, sin haber sido servidor de otro (y más aún, quieren tener sus propios ministerios sin haber sido fieles al ministerio ajeno en el que sirvieron Mr 6:1-6).

Los que sirven a otro con mucha expectativa, con el tiempo, cuando tengan su propio ministerio, alcanzarán más que aquel a quien han servido. Nuestro Señor dijo: el que cree en mi, las obras que yo hago, él también las hará; y aún mayores hará. Lc 6:40 Jn 14:12 Pregunta: ¿en quiénes funcionará esta promesa? Respuesta: En los que “creen en el Señor”. Ahora; si esta condición la aplicamos a una relación de alumno-maestro, siervo-servidor, entonces estaríamos hablando de expectativa. ¿Ahora entiendes por qué puse en el inicio de este párrafo la palabra expectativa?

Resumamos todo: Servir a otro es un privilegio, porque cualquiera no lo hace; es una oportunidad, porque estamos ayudando a otro a ser más efectivo, para la gloria de Dios; y es un secreto, para nuestro propio crecimiento y desarrollo.

¿Te atreverás a “servir a otro”?

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