Recordar el nacimiento de Jesús

¡Qué bonito es saludarnos unos a otros con un Feliz Navidad, antes y después del 25 de diciembre! Más aún si a nuestra entonación le damos un toque de recogimiento de fe debido a la ocasión de recordar el nacimiento de Jesús.

Imagen: Fotolia © iostephy.com
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Pero —y ese es mi punto—, la fe cristiana no se basa en lo bonito y las buenas intenciones, sino en lo que la Sagrada Escritura revela categóricamente. En ese sentido, vale cuestionarnos si recordar el nacimiento de Jesús es crucial para nuestra fe.

—Si así fuera, los apóstoles habrían incluido el nacimiento de Jesús en su predicación. Pero no. El apóstol Pablo, hablando por él y todos sus colegas, dijo: «nosotros predicamos a Cristo crucificado» (1Cor 1:23).

—Si así fuera, la declaración de fe de los apóstoles habría comenzando con lo que sucedió en Belén. Pero no. El último de los apóstoles escribió: «Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce» (1Cor 15:3-4).

—Si así fuera, el antes Saulo de Tarso nos habría pedido recordar al niño Jesús en la Santa Cena. Pero no. Dijo que «todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga» (1Cor 11:26).

—Si así fuera, el apóstol a los gentiles habría enfatizado al hijo de José y María en su testimonio de salvación. Pero no. Fue directo al grano, cuando dijo «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero» (1Timoteo 1:15).

—Si así fuera, el perito de la iglesia, por una cuestión de orden, habría incluido la Natividad de Jesús en el gran misterio de la piedad. Pero no. Empezó con el hecho de la encarnación. Leámoslo completo: «grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria» (1Timoteo 3:16).

Por todo lo anterior, concluimos que la fe cristiana comienza recordando la muerte de Jesús; no su nacimiento. Por ello, a Dios le agrada todo lo que comienza con sangre. En el Antiguo Testamento se evidencia al narrarse que le agradó la ofrenda de Abel, pues incluyó sangre, y no la ofrenda de Caín, a pesar de ofrecer lo mejor que tenía (Génesis 4:3-5).

Es peligroso ver al niño del pesebre como Señor y Salvador. El apóstol Pablo lo dejó zanjado cuando dijo que «de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así» (2Cor 5:16). ¡Hay que ver todo —incluso la Navidad— , y a todos, desde la perspectiva de la cruz!

Nuestro Señor y Salvador es aquel que resucitó de entre los muertos, se sentó a la diestra del Padre, y viene pronto. Adorémosle de lunes a lunes, las 24 horas.

 

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