Sabiduría de labrador

¡Que un cristiano dé frutos, no es un milagro! Dios lo ve como un árbol, y lo más natural es que ésta lleve fruto. Pero, ¿por qué a veces sucede lo contrario? Nada mejor que pensar como labrador para responder esta pregunta.

Labrador indicado.
La primera interrogante que un labrador se hace es: ¿Soy el labrador que este árbol necesita?

Cada labrador tiene una especialidad. Los especialistas en manzanas no necesariamente lo son en las uvas. Hay quienes tienen mucha habilidad para los olivos, pero son un desastre cuando tratan con limones.
En la iglesia también hay especialistas. Los hay con pandilleros, universitarios, empresarios, etc. ¡Ni modo que todos tengan todos los llamamientos! (1Ped 4:10).

Tierra correcta.
¿Qué otra cosa se pregunta un labrador? Seguro que diría: ¿está este árbol plantado en la tierra correcta? Porque cuando un creyente no está plantado en la tierra adecuada, no sólo es raro que no crezca, sino que no lleve fruto.

Cada geografía sirve para un tipo de planta. Hay plantíos que se mueren en la sierra, sobreviven en la costa, pero fructifican en la selva. Aunque también depende de cuán enraizados están; es decir, cuán involucrados y comprometidos están con la visión y misión de su iglesia local.

Tiempo calendario.
Si a esta altura el labrador no ha dado en el blanco, agregaría esta pregunta: ¿Pero es tiempo de fruto para este árbol? ¡Porque no se puede esperar fruto los 365 días del año! Los árboles dan fruto a su tiempo (Sal 1:3). Unos lo hacen en verano, otros en invierno, otros en primavera, etc. Labrador que pretende encontrar fruto fuera de su tiempo es un necio o un hombre de mucha fe.

También es una necedad querer cosechar manzanas del árbol de peras. En palabras simples: obligar a la gente a hacer y lograr cosas que el Señor no los ha llamado a hacer ni lograr. Persistir en ello, no sólo frustra a los creyentes, también a los propios líderes. Definitivamente pueden y deben fructificar, pero cada uno conforme a su llamamiento.

Agua necesaria.
La siguiente cuestión de un labrador será: ¿Está este árbol recibiendo la cantidad de agua necesaria? Porque un árbol plantado junto a corrientes de aguas, es más que feliz. Da su fruto a su tiempo, su hoja no cae, y todo lo que hace prospera. Sal 1:3

Cuando pienso en la tecnología que el hombre ha inventado para llevar agua al desierto, viene rápido a mi mente la creatividad que los líderes debemos usar para conectar a la gente con la palabra de Dios. El púlpito no es la única; quizá sí la principal.

Si ves un árbol seco, marchito, y con unas cuantas ramas, ¡cuidado! A tus ojos ese árbol ya no sirve. Pero a los ojos de un labrador, aún tiene esperanza. Él dice: “Lo único que necesita este árbol es un buen riego. Aún tiene raíces, y una vez que éstas beban del agua, resucitará el árbol” (Job 14:7-9).

Poda oportuna.
También todo labrador se preguntaría: ¿Cuándo fue la última vez que podé este árbol?

Los creyentes necesitan ser podados; es decir, despojados de todo peso y pecado que los asedia (Heb 12:1). Cuando no los podan, se sobrecargan, se enferman, se lesionan. Pero cuando los podan, no sólo aumentan la cantidad y calidad de sus flores y frutos, también adoptan posiciones favorables de salud divina.

Hay una poda natural. El viento, el hielo, la nieve (las pruebas) y la carga excesiva de frutos (ciclo ministerial) lo llevan a cabo. Cuando esto sucede, dejan lesiones o heridas que se cicatrizan al ritmo de su aprendizaje. Pero cuando alguien (su líder) los poda, evita su putrefacción y favorece una rápida cicatrización.

¡No se trata de podar por podar! La poda excesiva puede ocasionar que el tronco y las ramas sufran quemaduras debido al sol. La poda en verano estimula la producción de flores y frutos. La poda en invierno, de hojas y ramas. ¿Qué quieres ver en tus discípulos?

La poda de ramas y arbustos estimula la producción de madero o de tallos (para construir ministerios). La poda de raíces (tradiciones, patrones arcaicos) reduce la producción de madera, pero estimula la formación de frutos.

Injerto ideal.
Si con todo esto el árbol no echa fruto, el labrador dirá: ¡Injértenla!. Es decir, tomar a dos hermanos y constituirlos en sociedad espiritual y ministerial. El objetivo: combinar sus características valiosas. El resultado: fruto, más fruto, mucho fruto (Jn 15:2,5).

Los injertos contrarrestan el enanismo espiritual. Incluso ayudan en el desarrollo de resistencia ante pruebas y habilidad de huir en tentaciones. Los mejores ejemplos son las duplas divinas: Pablo-Bernabé; David-Jonatán, etc.

Concluyamos.
Afuera y adentro hay gente que necesitan de un cultivador especialista. Alguien con fortaleza del cielo para replantarlos en otras tierras, si es necesario. Alguien con ojo profético que les diagnostique cuando no echan fruto. Alguien con los sentidos encendidos para guiarlos hasta su máxima expresión de utilidad. Alguien con tacto amoroso para enderezarlos cuando se tuercen. Alguien con olfato divino para aconsejarlos según sus ciclos vitales. ¿Quién dijo “heme aquí”?

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