Tolerancia religiosa

Tolerancia religiosa

Debió llamarse Ley de tolerancia religiosa lo que el presidente Alan García promulgó el 20 de Diciembre. Pues es imposible que sea de libertad una ley que departe el pan (Concordato) con los católicos, y las migajas (favorcitos) con las otra confesiones.

Lo justo habría sido que la reciente ley refuerce el principio de laicidad del Estado: sin privilegios para ninguna confesión. Pero como todo lo justo, cuesta y tarda en llegar.

Empero, —y por ello me mantengo optimismta— esta ley es un avance hacia la verdadera libertad (e igualdad) religiosa. Déjame explicarlo:

Cuando el evangelio empezó a predicarse en el Perú, los primeros conversos pasaron a ser un grupillo de perseguidos por su fe. Luego, cuando éstos conversos ya eran una comunidad, con la Constitución de 1920 pasaron a ser tolerados. Luego, en vista que ya éramos un pueblo evangélico (6.7% de la población, según INEI, 1993), con la Constitución de 1993 pasamos a ser aceptados. Y ahora, con ésta última ley, ya que es imposible pasar por desapercibidos (12,5% de la población, según INEI, 2007), hemos pasado al status de ciudadanos respetados. Pero de allí, a con igualdad ser tratados, verde aún está.

Perú es aún un Estado-nación en maduración. Nuestra democracia aún es joven. Los que portamos DNI aún no sabemos lo que realmente implica ser ciudadanos. Las instituciones más responden a intereses personales que públicos/nacionales. Por tanto, gozar de libertad e igualdad religiosa aún es un fruto por madurar.

La iglesia evangélica recién está aprendiendo a leer y escribir políticamente. Hablamos de democracia, pero con ideas ambiguas de lo que ello significa. Marchamos por libertad religiosa, pero más por agitación del redil que por ideales libertarios. Para muestra un botón: Cuando el gobierno legalizó el Concordato —con su reciente Ley de libertad religiosa—, nos razgamos las vestiduras en protesta por la desigualdad explícita; pero cuando promulgaron el Día de Acción de Gracias, empezamos a festejar el avivamiento. No es doble discurso; es sin discurso.

Mi tesis es: Los evangélicos no somos tratados con igualdad porque aún no somos influyentes. Algunas iglesias locales creían que por su numerosa membresía lo eran, pero ya vimos que no. Todavía nos usan —con el trabalenguas del título y subtítulo de la Ley sobre el Señor de los milagros—. Todavía nos pasean —con cartas políticas bajo la manga mientras se negociaba la Ley de libertad religiosa— .

Mientras nos volvamos (y para volvernos) influyentes, hay que seguir sembrando semillas de libertad. Las primeras semillas germinaron con la Constitución de 1920. Brotaron con la Constitución de 1993. Y con esta reciente ley la estamos viendo florecer. Aún no rinde sus frutos, por tanto hay que seguir regándola con oración; y hay que empezar a abonarla con re-lectura de la Biblia (pero esta vez, con ojos políticos).

Deja un comentario