Triángulo vocacional

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¡Pregúntale a cualquier muchachito sobre qué quiere ser en la vida! Sin pensarlo dos veces te dirá: “Quiero ser abogado” (o algo similar). ¡Pregúntale a cualquier grandecito qué o quién es en la vida! Sin titubear te dirá: “Soy ingeniero” (o algo parecido).

En el mejor de los casos, nuestros entrevistados responderán con condimentado sabor y expectativa. Y en el peor, con solapada vergüenza. Los más sinceros, tragándose una gruesa saliva y rascándose la cabeza, confesarán: “Soy arquitecto”. Y luego de un par de segundos, con labios temblorosos y lágrimas a punto de rebalsar, admitirán: “¡Y qué?“.


Letras versus números

Todo comienza cuando entramos a base diez. A esa edad te abruman con preguntas sobre tu futuro. No falta un don comedido en la vecindad preguntándote sobre tus gustos y colores. “¿Letras o números?”, es su estribillo. Si respondes letras, inmediatamente deducen que tu futuro está entre literatura, historia o sociología. Si respondes números, te alucinan en las otras casillas: ingeniería, física, o medicina.

Según este mito, a tu vocación no le queda otra que encajar, acoplarse, limitarse y circunscribirse a una cantidad fija, rígida y predestinada de profesiones. ¡No más; no menos! Si inventas tu propia profesión u oficio, si no te ajustas a lo establecido, si saltas de esas fronteras, pasas a la lista de los anormales y rebeldes.

A veces hubiera querido vivir los tiempos de Platón, Newton y Picaso (¡pero con internet!). Los tipos le sacaban humo a las matemáticas, a la filosofía la hacían pensar, y al arte lo convertían en una obra de arte; ¡todo, al mismo tiempo! Si los citados hubieran vivido en el 2009, el sistema educativo los habría castrado con su condicional premisa: o en letras o en números.

Expiración del sistema profesional

¡Creo que esto de dividir las profesiones entre letras y números ha caducado! Urge un replanteamiento.

Cuando veo abogados haciendo empresa y médicos dedicados a la tecnología, y no por necesidad sino por realización, veo a la universidad frustrada, y a la carrera profesional más frustrada todavía.

¿Cómo llamar al abogado que hace empresa? ¿Empresario? ¿Dónde estudió para ser empresario? Estudió derecho para ser abogado, y lo de empresario le salió del temperamento. Llamarlo “señor abogado” es reducirlo a un oficinista. Llamarlo “empresario” es asemejarlo al rey de la papa. Si hizo un post grado en administración de empresas y/o negocios; ¡qué bien!; pero eso no lo hace empresario.

¿Ahora me entienden cuando apuesto por un replanteamiento del sistema profesional?

No sería dañino editar las actuales carreras profesionales. También eliminar algunas, agregar otras, y fusionar varias. La idea es, interpretar mejor las vocaciones personales y traducirlas en carreras profesionales.

Algo de mi propia experiencia

A los 12 años descubrí que las matemáticas no son diabólicas. Me hice amigo del álgebra y compadre de la geometría, y luego un domador de los números. Dado éste ímpetu, en mi entorno me imputaron de ingeniero. ¡No había otra opción, socialmente hablando!

Así que decidí estudiar ingeniería. Hasta que, a un octavo de camino, hice otro gran descubrimiento: No soy ingeniero; soy un predicador. Desde entonces me debatí entre dos presiones y una vocación. Mi entorno espiritual me decía “para qué vas estudiar, si Cristo ya viene”. Mi entorno familiar, todo lo contrario. Hasta que, luego de mucha reflexión, encontré una forma de hacer las paces entre estas dos presiones. Dije, “si tengo y debo estudiar algo, estudiaré algo que vaya con mi vocación”. Tres carreras se dibujaron en mi espectro: administración, para manejar mi ministerio; psicología, para comprender a la gente; y ciencias de la comunicación, para escribir libros y revistas. Y elegí administración, sólo por cuestión de orden. Lo de psicología y comunicaciones, lo leí, lo leo y lo leeré; aunque aún tengo fuerzas para maestrías.

Han pasado los años, y no han pasado por gusto. Y acabo de descubrir que también debo incursionar en la educación. Espero hacerlo a nivel de diplomado o maestría, o autodidácticamente.

¿Soy administrador? ¡No me limites!

¿Soy pastor? ¡Suena seductor!

¡Rayos! ¡Quién soy?

Frustración de la carrera profesional

Hoy no es raro encontrarse con universitarios, que al final de su carrera descubren que nunca debieron estudiar lo que estudiaron. En medio camino, por necesidad o placer, incursionaron en alguna actividad ajena a sus estudios, y sin darse cuenta le hallaron el gusto y pasión.

Si ese es tu caso, no te sientas frustrado. El verdadero frustrado es la carrera, que así solita no pudo comprenderte. Se requiere otras carreras más para lograr entenderte y sacar a luz todas tus potencialidades. Yo diría, por lo menos tres.

Te repito, no te sientas frustrado. Tú no eres abogado, tampoco médico, mucho menos ingeniero. Tú eres, simple y llanamente, tú. Y para que tu tú salga, requieres la ayuda de carreras y oficios. Ojalá se inventen carreras que satisfagan un poco tu verdadera identidad; y si aún la hubiera, tú no eres la carrera que estudias. Tú eres tú.

Dios nos hizo a su imagen y semejanza. ¿Y cómo es Dios? ¡Dios es Dios! Cuando el gran Moisés quiso identificarlo, Dios dijo de sí mismo: “Yo soy el que soy” (Éxodo 3:14)

Auto traición

Hoy, padecemos tanto de falto de identidad, que para aliviar un poco este dolor hay que perseguir un doctorado, aunque sea a nombre del kiosco de la esquina.

Pisar el palito con una profesión es una forma de auto traición positiva. Positiva, porque estudies lo que lo estudies, te servirá. ¿Y cuál sería la negativa? Estudiar para trabajar en algo, y así sobrevivir en esta jungla globalizada.

Muchos institutos y universidades se han tomado muy a pecho la maldición “con el sudor de tu frente comerás” (Génesis 3:19). Y lo que hacen es ofrecer programas que nos hagan útiles, utilizables, disponibles y servibles. Su misión es ayudarte a comprar el pan diario, aunque sea a costa de tu vocación.

Lo llamo auto traición negativa, pues los que cometen esto, están negociando su razón vocacional por un plato de billetes. Ignoran que una vocación maximizada es rentable y placentera.

Concluyendo

El esquema de letras o números, ya se venció. Si te gusta más uno que el otro, o un poco de uno y mucho del otro, o sea cual fuere tu combinación, no temas. ¡Eres normal!

¡Tu identidad no proviene de una profesión! Tú eres tú. Y si has nacido de nuevo, tú eres un hijo(a) de Dios (Juan 1:12).

Una profesión por sí sola no puede contener todo tu torrente vocacional. Se requieren por lo menos tres. ¿Por qué 3? Con la primera, descubres lo que no eres. Con la segunda, descubres quién eres. Y con la tercera, descubres en qué puedes servir.

Y finalmente; no te auto traiciones, por favor.

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