Libres para autogobernarnos

¿Para qué Dios nos hizo?
En el Antiguo Testamento el Señor se hizo de un pueblo (Israel), para que sean sus reyes y sacerdotes (Éxodo 19:6).
En el Nuevo Testamento el Señor edifica su iglesia para que le adoren y le sirvan (Mateo 4:10).

El Señor levantó a Moisés, entre varias cosas, para dar a su pueblo la ley.
Moisés terminó su labor, y le dio el cargo a Josué.
Josué terminó su labor, y no dejó sucesor.
Primera lectura: Josué falló en no dejar a nadie. Segunda lectura: Dios cumplió con darles algo.
¿Qué era ese algo? La ley.
El plan era que 1) se enseñe la ley del Señor a todo el pueblo, 2) para que cada quien al obedecer la ley viva bien.
Al fallar en enseñar la ley, resultó: cada quien hacía lo que bien le parecía, pues no había rey (Jueces 21:25).
Si se habría enseñado toda la ley, 1) cada quien (individuo) se habría autogobernado, y 2) al pueblo (sociedad) le habría bastado tener jueces como servidores públicos.

Dios es glorificado cuando su criatura es libre, por tanto pueda autogobernarse con la ayuda del Espíritu Santo.

Jesús vino, murió en la cruz, resucitó, y se fue.
Se fue, pero no nos dejó huérfanos (Juan 14:18).
Nos envió al Espíritu Santo, para que nos enseñe todas las cosas y nos recuerde todo lo que ha dicho (Juan 14:26)
Nos envió ministros (Efesios 4:11) para que «adoctrinen a todas las naciones» (Mateo 28:19, RV1909). Un ejemplo es Pablo, se fue no sin antes «enseñar todo el consejo de Dios» (Hechos 20:27).
La verdad no nos hará libres. —Aplicación: Tienes al Espíritu Santo dentro tuyo, pero sin su Espada (Efesios 6:17).
El conocer la verdad nos hará libres (Juan 8:32). Lo contrario conlleva a miseria («mi pueblo es destruido por falta de conocimiento» Oseas 4:6). En español: Cuanto menos educación, menos prosperidad; como individuo y también como nación.
Y sabemos que somos libres (sin amos) cuando podemos autogobernarnos (Gálatas 5:22-23).
Tu auto gobierno empieza cuando libremente puedes adorar y servir al Señor.

Una primera meta en la vida es autogobernarnos (moral).
Una segunda meta en la vida es gobernar (liderar), sea en el espacio eclesial como social/cívico